“The observer doesn’t just look at the system — the observer is the system.”
- Michael Levin
Abrimos los ojos y creemos ver el mundo. Pero ¿qué es lo que vemos realmente? ¿La realidad tal como es… o un reflejo íntimo de aquello que somos?
Nuestra percepción, lejos de ser una ventana transparente, es más bien un espejo pulido por millones de años de evolución, modelado por la cultura, la experiencia, el lenguaje y la identidad. Vemos lo que aprendimos a ver. Aquello para lo que tenemos nombre, categoría, atención. Aquello que nuestros sentidos, nuestros cerebros y nuestras historias son capaces de procesar.
Vemos, entonces, no lo que está “afuera”, sino aquello que puede pasar por el filtro de lo que somos.
Y ese filtro, a menudo invisible, es también una prisión.
Si cambiara lo que soy, ¿seguiría viendo lo mismo? ¿O el mundo mismo comenzaría a transformarse ante mis ojos?
I. Ver no es acceder: límites de la percepción
La ciencia contemporánea ha dejado de asumir que ver es conocer. Sabemos que nuestros sentidos no son ventanas transparentes al mundo, sino filtros adaptativos: herramientas de supervivencia más que de verdad. Lo que percibimos está estrechamente condicionado por las propiedades físicas de nuestro cuerpo — su masa, densidad, escala temporal y configuración sensorial.
Percibimos ciertos rangos de luz, ciertas frecuencias auditivas, ciertas formas de movimiento. Otras permanecen fuera del alcance. Así como una célula no ve, pero responde; así como un murciélago organiza su mundo mediante el eco y una medusa carece de cerebro pero navega el mar con precisión, cada ser vivo vive dentro de su propio sistema perceptual.
La “realidad” que compartimos es, en el mejor de los casos, una intersección parcial entre múltiples mundos subjetivos.
II. Inteligencia sin sistema nervioso
Michael Levin ha documentado con claridad cómo sistemas biológicos sin cerebro — embriones, tejidos regenerativos, planarias, incluso órganos — son capaces de tomar decisiones adaptativas, resolver problemas espaciales, e incluso modificar sus patrones de desarrollo ante perturbaciones.
Estos comportamientos, típicamente atribuidos a organismos conscientes, surgen en ausencia de un sistema nervioso. Sugieren que la inteligencia no es exclusiva del cerebro, ni siquiera de las neuronas, sino una propiedad emergente de la organización bioeléctrica y morfogenética del sistema.
Si un conjunto de células puede actuar con propósito, ¿dónde comienza entonces la agencia? ¿Dónde termina el sujeto?
Más aún: ¿es posible que nuestra noción de conciencia esté limitada por nuestro apego a la arquitectura humana?
III. La realidad como interfaz
Donald Hoffman ha propuesto que lo que llamamos “realidad” no es una representación fiel del mundo, sino una interfaz funcional diseñada por la evolución. No vemos el mundo como es, sino como necesitamos verlo para sobrevivir. La selección natural no favorece percepciones exactas, sino útiles.
Desde esta perspectiva, los objetos, colores, formas y temporalidades que nos rodean no serían entidades objetivas, sino constructos generados por nuestros sistemas perceptuales. La realidad que habitamos es entonces una interfaz adaptativa, no una ontología definitiva.
Este marco se alinea con propuestas en biología de sistemas, física cuántica y filosofía de la mente: lo que llamamos mundo es, en gran medida, un acuerdo entre sistemas de interpretación.
IV. Identidad: forma en flujo
Tendemos a pensarnos como unidades estables. Sin embargo, desde el punto de vista biológico, cada célula de nuestro cuerpo es reemplazada en ciclos relativamente breves. No hay una materia persistente en el cuerpo humano que sea idéntica a la de años atrás.
Y sin embargo, algo persiste. Nos reconocemos. Somos reconocidos. ¿Qué es eso que permanece?
Una posible respuesta es que la identidad no está en la sustancia, sino en el patrón. Como un remolino en un río: su forma es constante, pero las moléculas que lo componen son otras en cada instante. Persistimos no como objetos, sino como coherencias dinámicas.
Desde la biología hasta la fenomenología, se sugiere cada vez con mayor fuerza que el yo es una forma: una estructura de continuidad construida sobre el cambio.
V. Conciencia: ¿una propiedad o una relación?
Si la identidad es forma, ¿podría la conciencia ser relación?
En lugar de ubicarla en un punto del cuerpo, o asumirla como epifenómeno de la complejidad, podríamos empezar a entender la conciencia como una resonancia entre sistemas, una cualidad emergente del intercambio entre múltiples niveles organizativos: celulares, eléctricos, simbólicos.
Esta idea resuena tanto con las propuestas de Levin como con ciertas tradiciones filosóficas orientales: la conciencia no es un contenedor, ni una sustancia, sino un proceso, una dinámica.
Desde aquí, se vuelve plausible pensar que existen formas de conciencia que no reconocemos, porque no se manifiestan en los modos que podemos percibir o validar.
VI. Ser es devenir: la apertura del mundo
Si ver depende de ser, y ser es forma en flujo, entonces el mundo que habitamos no está fijo: también él se transforma con nosotros.
Cada pregunta que nos atrevemos a formular, cada forma nueva de percibir, cada gesto de atención diferente, reesculpe no sólo nuestra identidad, sino también las realidades que somos capaces de habitar.
La conciencia, lejos de ser un espejo pasivo, es un tallador silencioso del universo.
Quizá, entonces, el verdadero acto de conocimiento no sea acumular respuestas, sino transformarnos a nosotros mismos en seres capaces de ver de nuevas maneras.
Lo que llamamos “realidad” podría no ser un terreno definitivo, sino un campo fértil, sensible a nuestra evolución interna.
No miramos el mundo desde fuera: somos su mirada en construcción.
VII. Epílogo: La puerta entreabierta
Ver el mundo no es un acto pasivo: es una creación mutua entre el ser y lo que percibe.
Cada percepción es una elección, cada identidad es un instante en movimiento, cada conciencia es un puente entre realidades posibles.
Aceptar que lo que vemos depende de lo que somos no es resignarse a un límite: es reconocer una llave.
Una invitación a esculpirnos de nuevo, a ensayar otras formas de ser para explorar otros modos de habitar.
La ciencia, cuando se practica como disciplina del asombro y no como acumulación de certezas, se convierte en un arte mayor: el arte de abrir mundos.
No hay respuesta definitiva.
Pero sí un llamado urgente: a mirar más allá de nuestros reflejos, a sospechar de nuestras categorías, a escuchar con atención humilde los contornos de lo que apenas comenzamos a vislumbrar.
No somos observadores de una realidad fija. Somos parte del tejido que, al percibirse, se pliega y se reescribe.
Bibliografía
· Levin, M. (2021). The Computational Boundary of a “Self”: Developmental Bioelectricity Drives Multicellularity and Scale-Free Cognition. Frontiers in Psychology, 12, 727595. https://doi.org/10.3389/fpsyg.2021.727595
· Levin, M. (2019). The Morphogenetic Code: An Ancient Computational Architecture for Distributed Control. Bio Systems, 183, 103245. https://doi.org/10.1016/j.biosystems.2019.103245
· Hoffman, D. D. (2019). The Case Against Reality: Why Evolution Hid the Truth from Our Eyes. W. W. Norton & Company.
· Gibson, J. J. (1979). The Ecological Approach to Visual Perception. Houghton Mifflin.
· Varela, F. J., Thompson, E., & Rosch, E. (1991). The Embodied Mind: Cognitive Science and Human Experience. MIT Press.
Muy bueno 😃. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?
En este artículo se han tocado varios temas filosóficos e ideas que necesitan ser justificadas. Si bien es cierto que nuestra interpretación del mundo condiciona lo que percibimos, eso no quiere decir que la realidad no exista de modo independiente a nuestras percepciones. Por ejemplo, que la Tierra gira alrededor del Sol es independiente de mis percepciones. Es un hecho comprobable con los instrumentos de hoy.
Por otro lado, no hay pruebas para avalar de modo suficiente la concepción emergentista y, también, materialista de la conciencia. De hecho, hay testimonios que, por el contrario, avalarían la existencia de la conciencia con independencia del cuerpo o la materia. Lo que pasa que esto es rechazado por el paradigma materialista que impera hoy en la ciencia. Hoy por hoy, la ciencia todavía no puede responder qué es y cómo surge la conciencia. Por mi parte, sostengo que la conciencia es independiente de la materia.
En fin, son temas muy interesantes, pero largos para pensar y debatir.